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Si usted entra en la web de la Guardia Civil y va al apartado de “desaparecidos”, comprobará que hay más de 50 personas en paradero desconocido, de todas las edades y desde las fechas mas recientes hasta las más remotas. De todo hay. Pocas son porque en realidad puede haber alrededor de 15.000 personas desaparecidas en España. No hay peor tortura que no saber el paradero de un ser querido y, aún peor, si estos son niños. Curiosamente, hay casos de niños desaparecidos que tienen más repercusión que otros en los medios de comunicación y, para desgracia de algunos, hay otros muchos que se nombran una vez y jamás nadie se vuelve a acordar de ellos, ni a mencionarlos si quiera. Estos casos causan un fuerte impacto mediático en su momento pero, el paso del tiempo y la falta de pruebas o de rastro hacen que caigan en el olvido y se conviertan en casos sin resolver. Será un problema de centralización o de organización, pero no existe en España un archivo único de casos sin resolver. De hecho es imposible encontrar una cifra exacta de estas personas a la deriva. Parece ser que, a día de hoy, hay 16 niños desparecidos en España desde 1972. Niños de los que no se sabe absolutamente nada, se han esfumado, no han dejado rastro ni huella. Entre ellos, los últimos hermanos de 6 y 2 años en Córdoba de los que es imposible no hacer especulaciones ni convertir el caso en un circo mediático. Opiniones para todos los gustos, pero en definitiva, siguen sin aparecer por más que se especule.
Mantener el recuerdo
Existe una página, www.sosdesaparecidos.com, que se encarga de mantener el recuerdo vivo de estos niños que un día se esfumaron. Incluso han creado una aplicación para iPhone que se llama “Se busca” en la que un grupo de personas sin ánimo de lucro y con la única idea de hacer aparecer al desaparecido, cuelgan fotos, nombres, fechas, lugares y descripciones de esta gente que un día se fue para no volver.
Madeleine, Jeremi Vargas, David Guerrero, conocido como “el niño pintor”, ahora los hermanos de Córdoba… ángeles que desaparecen, como si se los hubiera tragado la tierra, sin dejar ningún rastro para desesperación del que tiene que acostarse todos los días sin saber qué habrá sido de su cuerpo, si estará vivo o muerto, si estará sufriendo o no o en manos de quién estará. Angustiosos días que, a veces, se convierten en años y que deben dejar el corazón acartonado y a prueba de bombas a los que desesperan en su espera. ¿Puede haber dolor más grande que el de perder a un hijo? Si, el de perderlo y no saber dónde.