lunes, 10 de octubre de 2011

DEMETRIO MALLEBRERA | LA VERDAD ¿En qué puede quedar el Reino de Valencia?

Ahora llevamos 30 años de Comunidad autónoma amparada en la Constitución de 1978 y aprobado su Estatuto de Autonomía en 1982
Como usted estará comprobando por los medios de comunicación, a veces en debates de subido tono, las comunidades autónomas, por aquello de que cada ciudadano español tiene sobre su cabeza una doble administración pública que mantener, y que, además, le hace en algunos aspectos ser tratado de modo distinto a su compatriota que vive al lado, porque prácticamente las comunidades son como entes independientes vía tareas estatales transferidas; y como quiera que andamos al borde del desprendimiento de retina que no nos deja ver ni por donde vamos a causa de esta crisis económica que no podemos afrontar, las citadas instituciones se están cuestionando para con ello dejar de pagar las muchas cargas que se han ido asumiendo. A eso hay que añadir que si los partidos mayoritarios -que dicen que suman el 80% de los votos- se ponen de acuerdo en un pacto de estado que, desde la perspectiva de la globalización de las regiones, nos sonaría a hito histórico, aunque quedaran fuera del pacto las minorías nacionalistas que pueden armar una sublevación gorda de imprevisibles consecuencias, pese a que algunas no gobiernan actualmente los territorios cuyas supuestas características diferenciadoras defienden; si eso hicieran, repito, aquí se armaría una buena bronca.
Se puede comprender que esa desaparición de competencias, ahora transferidas y de las que se ha hecho uso y abuso y, en consecuencia, no son asumibles sus costes de mantenimiento especialmente desde la parte más sensible, nos llevaría otra vez a ese largo periodo histórico, que duró por ejemplo en Comunidad Valenciana a estar 275 años sin poder disfrutar de sus propios fueros que en 1238, con visión aquí realmente nacionalista por parte de Jaime I, aunque no separatista porque llegó el momento en que el rey de España lo era a su vez del reino de Valencia, y las circunstancias, quizás parecidas a las actuales desde una perspectiva internacional, de otras problemáticas y de presiones políticas y hasta de cierta dejadez mezclada en antipatías y malentendidos de los que otros se aprovecharon, dejaron perder unos 500 años de reinado propio, interrumpiendo el desarrollo de una personalidad cuyas características patrióticas y positivas bien pocos le pueden negar. Ahora llevamos 30 años, no de reinado, pero sí de Comunidad autónoma amparada en la Constitución de 1978 y aprobado su Estatuto de Autonomía en 1982; eso sí, una Comunidad que ha llevado su autonomía con resolución.
En el libro sobre las Cortes de la época foral del diputado a Cortes Valencianas, el monovero Rafael Maluenda, en donde ha ocupado importantes cargos, por su demostrado cariño al proyecto de Jaime I (a quien ahora recordamos), dice repetidamente, y copio una de ellas: «El Rey Don Jaime I dotó al Reino de Valencia de sus propios fueros convirtiéndolo en un REINO INDEPENDIENTE de los demás territorios conquistados. (Las mayúsculas las ponemos nosotros para que queden remarcadas). Creó instituciones económicas, políticas y sociales tan avanzadas que fueron referente positivo para todos los reinos de Europa». Y nos recuerda que es Nacionalidad Histórica desde 2006. Toda esta infraestructura en lo económico, político y social requería (también ahora) sus especializaciones y dotaciones correspondientes; pero los tiempos son otros y las prestaciones sociales en poblaciones que disfrutan del estado del bienestar con actualización de servicios y las transferencias en enseñanza, sanidad, etc., han roto el juego de las compensaciones, a lo que hay que añadir la caída de ingresos por la propia crisis y los vencimientos de deudas, lo que ha llevado al recurso de recortes de gastos en sindicaturas, organismos consultivos, institutos de consejo técnico y artístico, Servicio de Empleo y Formación, Ferrocarrils, Radiotelevisión Valenciana, 42 empresas…, hacen insostenible la situación dejando en el aire la duda melancólica del titular de esta colaboración.